El motrileño, que hace seis años quedó tetrapléjico tras un accidente, empieza a codearse con los mejores del mundo en tenis de mesa. En el Open de República Checa ha conquistado su primer oro internacional.
El motrileño, que hace seis años quedó tetrapléjico tras un accidente, empieza a codearse con los mejores del mundo en tenis de mesa. En el Open de República Checa ha conquistado su primer oro internacional. También ha logrado una plata en dobles junto a Miguel Ángel Toledo.
“Nunca supe qué era ser fuerte, hasta que ser fuerte era la única opción que me quedaba”. Con esa fortaleza mental Daniel Rodríguez combatió en la batalla más delicada de su vida, que se le escabullía entre los dedos allá por 2017 tras un accidente que a día de hoy sigue siendo un misterio. Sufrió una tetraplejia a la altura de la vértebra C6. Los médicos le dijeron a su familia que podría quedarse en una cama con respiración asistida. Pero de mover tan solo los ojos, pasó a conseguir hablar y de ahí a mover las manos, y tras una ardua rehabilitación, el tenis de mesa se convirtió en la mejor medicina para cauterizar sus heridas. Solo lleva dos años compitiendo a nivel internacional y acaba de conquistar su primer oro, en el Open de República Checa.
“Es una recompensa a todo el esfuerzo”, recalca. Con el deporte, la ilusión volvió a crepitar en sus pupilas. Después de un periodo de duelo al quedarse en silla de ruedas, se reinventó empuñando una pala junto a la mesa azul, lugar en el que se ha erigido en un deportista inspirador, perseverante y resiliente. Con 27 años, el granadino, físico e ingeniero electrónico que trabajaba en el Instituto de Física Corpuscular de Valencia, era un joven que ansiaba devorar la vida. La suya viró de rumbo de la noche a la mañana. Se encontraba en Milán cuando sufrió un accidente del que no recuerda nada, con politraumatismos severos, con varias vértebras dañadas y en estado muy grave.
La amnesia que sufrió le impidió reconstruir lo que pasó en las horas previas. Ocho horas de intervención quirúrgica, a vida o muerte. Cuando abrió los ojos en la cama del hospital, un cúmulo de sensaciones se agolpó en sus retinas. “No sabía dónde estaba, veía a mi familia y amigos alrededor, no sabía qué estaba pasando. Sólo recuerdo caras de circunstancias, destrozadas y algunas lágrimas. Fue cuando empecé a darme cuenta de la gravedad de la situación. El ambiente era de tristeza, pero de felicidad porque al menos estaba vivo. Sentía impotencia, ya que sólo podía mover los ojos, el resto del cuerpo era inerte. Los médicos fueron drásticos, podría quedarme conectado a un respirador”, relata.
Aquellas palabras sonaban igual que astillas de hielo. Recibió la noticia que ponía su mundo patas arriba y el corazón se detuvo por una fracción de segundo. Se desmoronó todo lo que tenía planeado para el futuro. “Estaba terminando el Doctorado en Física de Partículas, trabajaba en laboratorios, viajaba mucho y pensaba en irme a vivir fuera de España. Tenía una vida muy estable y de repente recibo un mazazo brutal”, asegura. Al principio sufrió el choque, pero con el tiempo supo amoldarse a su nueva situación e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para minimizar el trauma y las secuelas. Las visitas que recibió en los dos meses ingresados en Milán le dieron vitalidad y un rayo de esperanza iluminó su sonrisa.
“Ese 30 de abril volví a nacer, recibí una oportunidad de seguir viviendo, hacer cosas nuevas, valorar más a las personas que han estado y están a mi lado. Le di vueltas a lo que me había pasado, pero no recordaba nada, así que no le di demasiada importancia a la investigación, no es que no tenga intrigas o dudas, pero qué más me daba ya. Me enfoqué en buscar soluciones para ganar salud y no quedarme encasillado en algo que no iba a mejorar mi vida actual. Puse punto y aparte y me centré en mi recuperación, en el presente”, afirma el joven, cuyo accidente sigue sin esclarecerse.
Ante la negativa del Gobierno español de prestar su ayuda en la repatriación de Daniel, su familia se encargó de fletar un avión medicalizado para traerlo de vuelta a casa. Pasó siete meses en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde aprendió desde cero. “Me sentí muy arropado, mi hermana se vino a vivir conmigo, su apoyo fue inconmensurable, la familia siempre estuvo ahí. Pero mi objetivo era mejorar lo máximo, ganar fuerza para ser independiente y quitar cadenas u obligaciones a quienes me rodeaban. Así que le dedicaba horas yendo al gimnasio, a las paralelas, al fisio…”, explica.
En cuanto llegó a Motril, su ciudad natal, la incertidumbre se apoderó de él, el desaliento cundió y los obstáculos se multiplicaron por la configuración del municipio y la cantidad de barreras arquitectónicas. “Te encuentras con cuestas y rampas muy inclinadas y ni siquiera podía salir solo del portal de casa. Estaba perdido, sin motivación y te preguntas ¿y ahora qué? Pasas por momentos muy malos y de bajón, pero tener una rutina me dio esa estabilidad mental, apareció el deporte y saqué ese positivismo”, comenta.
Se agarró al tenis de mesa, deporte al que había jugado alguna vez con los amigos en una cochera y también en el salón del Centro Europeo para la Investigación Nuclear, en Suiza cerca de la frontera con Francia, donde Daniel realizaba su doctorado. Siempre se consideró muy deportista, practicó fútbol, baloncesto, boxeo, waterpolo, natación o pádel. En el hospital de Toledo quiso probar el basket en silla, pero no tenía la destreza ni la fuerza suficiente en sus manos, así que se decantó por el tenis de mesa. Con la pala vendada a su mano, pronto descubrió que se le daba bien: “Es el más inclusivo, podía jugar y ganar a gente sin discapacidad”. En Motril se inició bajo las directrices de Montse Vázquez y empezó a competir por España, llegando a vencer a rivales como Iker Sastre o Miguel Ángel Toledo, los referentes nacionales en clase 2 -deportistas en silla de ruedas-.
Con Toledo debutó internacionalmente en 2021 en el Open Costa Brava, consiguiendo una plata por equipos. Y en marzo de este año en el Open de Polonia ganó un bronce individual. En su mejoría ha influido la experiencia y los consejos de Miguel Rodríguez, uno de los más laureados de este deporte, y la ayuda de sus compañeros de equipo y de la selección. “Hace unos meses empecé a entrenar con él y me ha venido muy bien en la preparación de partidos. Me ayuda a conocer más a los rivales, algo que te facilita las cosas. Antes me sentía inseguro, ahora he subido mucho el nivel, tanto en lo físico para ser rápido en llegar a las bolas, como en lo técnico”, dice.
Su botín más importante acaba de obtenerlo en el Open de República Checa, con una presea dorada. En individual lideró el Grupo 1 con dos victorias frente al austriaco Daniel Pauger (3-0) y al eslovaco Martin Ludrovsky (3-1), número cuatro del ranking y que ha sido campeón paralímpico, mundial y europeo. En cuartos remontó al también eslovaco Lukas Klizan (3-2) y en semifinales tumbó al checo Martin Zvolanek (3-0). En la final no dio opciones a otro jugador checo, Jiri Suchanek, número nueve del mundo y con un gran palmarés, al que derrotó por 3-0 (12-10, 11-0 y 11-7).
“A principios de este año me veía mejorando, pero no acababa de ganar partidos importantes. En Polonia me encontré muy bien, vencí por 3-0 al 12 del mundo (Tomasz Jakimczuk) y perdí por 2-3 con el número uno (Rafal Czuper), al que nadie le había ganado un set en ese torneo. En República Checa había jugadores muy buenos, pero no me siento inferior a nadie, confiaba en mis opciones. Debuté ante Ludrovsky, cabeza de serie, cuyo estilo de juego es difícil de contrarrestar, pero le gané y eso fue un chute de moral”, rememora el granadino.
“En cuartos de final me tocó un rival al que le gusta hacer puntos rápidos, pude llevarlo a mi terreno y le superé, a pesar de ir perdiendo en el quinto set por 1-4. Hay que darle el mérito que se merece a mi entrenador, Gorka Fernández, porque me dio tranquilidad y paró el partido con un tiempo muerto que fue efectivo ya que remonté. También a mis compañeros de la selección, por el aliento que me dieron. En semifinales gané con más comodidad de lo esperado y en la final salí concentrado, había estudiado a mi rival, y se dio bien. Ganar el oro es una alegría enorme, quiero disfrutar lo conseguido, supone una motivación de cara al futuro”, añade. Como broche a su actuación en Ostrava, subió al podio con una plata en dobles clase MD4 con Miguel Ángel Toledo.
Se ha ganado por méritos propios cada peldaño de la escalera que ha subido en la élite del tenis de mesa. Ahora figura en el Top 25 y se muestra ambicioso, aunque con humildad y sabiendo desde dónde parte. “Soy nuevo, tengo margen de mejora y quiero llegar a lo máximo. Me veo cada vez más fuerte y he demostrado que puedo competir con quien sea. Pero todavía no he conseguido nada, queda camino y trabajo por hacer. A veces es difícil costearse los gastos para ir a competiciones, aunque la federación nos ayuda a acudir a algunos, gracias a los patrocinadores puedo acudir a más campeonatos. Quiero ir a unos Juegos Paralímpicos, pero París 2024 no es una posibilidad real, estoy lejos en el ranking. Me gustaría ir al Mundial de 2026 y a los Juegos de Los Ángeles 2028. A corto plazo, hacerlo bien en el Europeo de este año y en varios torneos más. No me pongo una meta, aunque el trabajo y el esfuerzo es innegociable, siempre con constancia e ilusión”, apostilla Daniel Rodríguez, un palista de gran vitalidad, un ejemplo de superación.